Una receta mágica – Sexualidad y matrimonio

María Cornu Labat

La sexualidad en el Matrimonio. ¿Hay recetas mágicas?

Cuando buscamos en el diccionario la definición de sexualidad, encontramos:

«nombre femenino 1. Conjunto de características físicas y psicológicas propias de cada sexo. «tenía una sexualidad poco definida

  1. Conjunto de actividades y comportamientos relacionados con el placer sexual.

«hay que aprender a refinar la sexualidad como se refinan otros gustos humanos»

(…)

“La sexualidad es el conjunto de condiciones anatómicas, fisiológicas y psicológico-afectivas que caracterizan el sexo de cada individuo”, según Wikipedia.

Y así, podemos indagar en las teorías, encontrar conceptos, acepciones, significados e interpretaciones…

¿Existe una fórmula mágica?

Por mucha bibliografía producida, definiciones ensayadas, recetas intentadas, no existe la fórmula mágica que nos indique cómo vivir una sexualidad plena en nuestra vida matrimonial.

¿Por qué? Porque fuimos creados para amar. Para entregarnos por entero, para darnos a los demás.

Sólo el quien se entrega enteramente por amor, se plenifica.

Y, desde este lugar leemos la sexualidad humana. Y a la definición de los diccionarios que nos hablan de características físicas y psicológicas, y actividades y comportamientos relacionados con el placer sexual, podemos agregarle tanto…

Es la original forma de ser varón, y ser mujer.

Es la original forma de expresar nuestra entrega total en tanto varón y mujer. Entrega total, sin reservas, sin egoísmo, sin guardar nada.

Día a día nos topamos con artículos en revistas de divulgación, o incluso con libros que nos hablan de sexualidad, que intentan responder a la necesidad de que se nos diga cómo hacer para mantener «la magia» en el matrimonio, «la novedad» en una relación que dure toda la vida… Los libros, los artículos repasan experiencias, evocan sesiones de terapia, nos intentan dar recomendaciones.

Muchas de ellas pueden servir, otras no. Depende de cada uno, de su intimidad, de su original forma de darse al ser amado. Es difícil encontrar recetas universales para algo tan personal. Es difícil dar recetas universales, para algo tan particular.

Los gestos.

En el Matrimonio, que es para toda la vida, y es el único marco en el que la entrega total en cuanto varón y mujer es posible, la sexualidad no sólo se puede sino se debe vivir con la plenitud con la que fue puesta en nuestra naturaleza.

A medida que el matrimonio avanza y crece en madurez y profundidad, la expresión del amor se hace más pleno, se profundiza y se sincera.

Cuanto más conocemos al otro más lo amamos, y más necesitamos expresarle ese amor, para hacerlo sentir bien. Esto es lo maravilloso que tiene el amor en la entrega y en la plena recepción. La entera confianza en el otro y la ineludible necesidad de hacerle bien y ser el bien para el otro.

Si así crecemos en el amor al otro, a quien al comienzo principalmente buscaba para que me proporcionara placer, cada vez más voy a buscar hacerle bien a él.

Entonces, no se trata de perder la magia, de no tener cosquillas o mariposas en la panza, sino de realizarnos de tal manera como seres humanos que nos sabemos enteramente el bien para el otro. Y el otro se sabe el bien para mí.

En ese proceso de conocer más profundamente al ser amado y apropiarse y dejarse apropiar, vamos identificando símbolos, expresiones, gestos. Existe el lenguaje de los gestos. Los gestos son símbolos. Son los símbolos con los que expresamos lo que nos pasa, lo que sentimos, lo que decimos. Nosotros nos manifestamos a través de los gestos.

Un gesto puede decir «te quiero», «te acepto», «te rechazo», «no te quiero», «ahora es el momento», «ahora no».

La manifestación externa de nuestro amor a través de la sexualidad se expresa en gestos.

Tal vez la tan mentada «magia » que se nos quiere recetar está en la capacidad de reconocer gestos y de crearlos. Crearlos y regalarlos. A medida. A medida del otro ser que yo sola conozco. Yo mejor que nadie. Y él me conoce mejor que nadie. Entonces nace la magia. La magia de los gestos que son símbolos sólo para nosotros dos. Que nadie más comparte, que crean una intimidad que es nuestra y en la que no vamos a dejar entrar a nadie, porque nadie tiene cabida. Es de nosotros dos.

Ese gesto puede ser una mirada que sólo él entiende, una mueca de labios que a ella le dice mucho. O una caída de ojos que a él lo mata desde el día que la conoció, o la forma de acomodarse el mechón que a ella la deslumbró aquel día.

Puede ser una flor que sólo él le supo regalar, o esa frase que en la boca de ella sonó especial. El gesto puede ser una mano que se toma para invitarlo a caminar, pero sólo de la manera que ella sabe hacerlo. O el perfume que a él lo enloquece, o cocinar el domingo para que ella descanse.

El gesto pueden ser los brazos abiertos de él sin reproches para que allí ella calle su frustración de un día poco estimulante. O puede ser la tele prendida con una picada y una cervecita para que él no tenga que explicar su cara de malhumor… El gesto puede ser el camisón más lindo para agradarle, o el jogging listo para acompañarlo a correr. El gesto es la casa ordenada porque hoy necesitamos armonía exterior, o los juguetes tirados rodeados de niños esperando para jugar en familia.

El gesto puede ser un abrazo inocente o un susurro al oído que invita a perder la cabeza.

Una caricia en la mejilla, o una atrevida mirada.

Y así podemos enumerar infinidad de gestos. Pero no con el afán de dar una receta mágica. Las recetas mágicas no están en cuál es el gesto apropiado y prefabricado, o en las instrucciones que tengamos que seguir para esperar al ser amado y recibirlo adecuadamente.

La receta es amar con total entrega al otro y conocerlo y darse a conocer para apropiarse del otro y dejarse apropiar. En esa profundización del mutuo conocimiento la magia la crearán ambos al dar originalidad a los gestos de cada uno, que van a nacer del amor mutuo, que van a inventarse para regalarse al otro, para recibir al otro. La receta mágica consiste en descubrir y codificar ese lenguaje propio de los dos, crearlo, hacerlo crecer, darle vida, y atesorarlo. Para darle a la entrega total un sentido cada vez más pleno… Y desde ese deseo de regalarnos al otro nunca habrá rutina que mate la magia.