La tercera etapa del deterioro. ¿La separación como solución?
«… Y frente a una situación inesperada de gritos, insultos, de «violencia», en el contexto de una separación, recurrir a un abogado tiñe todo de conflicto. Un conflicto en el que dos partes que están enfrentadas se paran una frente a la otra. Cada una necesita que alguien la represente para defender sus derechos, que se supone fueron de alguna manera avasallados por el otro. Pero cuando se llega a esa instancia, se juega inevitablemente un rol. Se juega desde un lugar en el que queda poca flexibilidad para moverse, para actuar. Cada personaje está agazapado en su refugio, con su defensa lista. Porque se para a la defensiva. Difícilmente queda otra. ¿Negociar? Sí, seguramente se va a negociar desde ese mismo lugar. Donde se defiende uno del otro, donde se delega en el profesional que aparece la calidad de representante o de patrocinante. Ya no se puede dialogar con el otro.
La irrupción de los abogados plasma la ruptura misma de la intimidad. De esos códigos únicos que son solo de una pareja. De ese idioma que solo entiende un par. Tristemente, en medio de una situación de desconcierto, en el contexto de una separación, es lo normal apelar a ese recurso, sin medir exactamente qué consecuencias traerá aparejadas. Cuando dos que están pasando por un momento de desconcierto y de desencuentro no han enfrentado las causas de tales realidades, ni han intentado trazar un plan de acción, sino que simplemente se han distanciado como esperando que el aire fresco de la lejanía arrastre las diferencias, los desencuentros, y traiga consigo las soluciones, la intervención de un tercero es, al menos, peligrosa.
¿Habrá alguna solución llegada esta instancia? Y, sí. Siempre hay soluciones. Siempre que haya ganas, hay soluciones. La sola idea de tener la intención de dar un paso, de buscar una salida, es una solución.
En medio de esas crisis, solemos hablar de «defensa», de defenderse uno de otro. El primer paso para caminar en busca de una solución es bajar esas defensas. Corrernos de ese lugar, de esa necesidad de estar a la defensiva.
Bajar las defensas es estar al desnudo frente al otro. Este soy yo. Esta soy yo. Quiero saber qué nos pasó. Quiero escuchar qué sentís. Quiero entender qué esperás de mí. Quiero poder darte lo que me comprometí a darte. No es tarde. Empecemos de nuevo si es necesario.
No te quise ofender. Perdón si lo hice. No te quise asustar, pero estoy enojado. No quiero salir con otro, pero tengo miedo de que ya no me registres como mujer, que no te guste, que no me veas atractiva.
Grité mucho, estaba indignado. No pude contener mi llanto, me pasan cosas con vos. Me siento defraudado, no te puedo imaginar saliendo con otro.
Entonces, a ninguno de los dos le sorprende la reacción del otro. No es una amenaza ya, no es una excusa para responsabilizar a la otra persona, no se trata de echar culpas. Se trata de dar este primer paso de bajar la guardia y comprender, comunicar, escuchar… »
María A. Cornu Labat. Ser Nosotros, p. 37-39.