¿Y si seguimos juntos?

 

Para enfrentar la cultura del descarte.

¿Y, si nos separamos? ¿Cuándo llegamos a hacernos esa pregunta?

Muchas veces, en el momento en que ya «no doy más» o, más bien, que «no da para más».

Una persona empieza a fantasear con esa idea, antes impensada, claramente cuando llega a la conclusión de que no hay otra salida, que la separación sería una «liberación». Una «solución» que nunca hubiéramos pensado que sería tal.

Pero, ¿es la separación una solución?

No siempre.

La separación es, más bien, un «recurso», un cierre, una terminación de algo, de algo a lo que justamente no le encontramos solución. De un conflicto o una sucesión de conflictos que ya no tienen otra salida. Y por eso, nos separamos. Parecería un juego de palabras, una cuestión semántica, sin importancia. Separación – conflicto – solución…  No lo es. Tiene mucha importancia, y es clave la forma de planteársela.

Cuando alguna vez, tarde o temprano, en la relación matrimonial irrumpa el desencuentro, la separación estará entre una de las alternativas de solución, si así la consideramos. Y, muchas veces se llega a la separación por no haber encarado el camino de búsqueda de soluciones superadoras, de cuidado de la relación, de la prevención del desencuentro.

La cultura del descarte

Esta reflexión que me animo a compartir viene a cuento del contexto que vivimos, que «nos ataca». Y que, subliminalmente, se filtra en nuestra cotidiana forma de ser. Estamos en una cultura del descarte, de tirar lo que ya no nos satisface. Los electrodomésticos que no tienen arreglo, la ropa que pasa de moda, los aparatos que quedaron obsoletos. A la cultura del descarte se le suma el mandato social de «tengo que pensar en mí», tengo que estar bien, tengo que ser «feliz». O, más bien, pongamos todo en segunda persona «tenés que ser feliz», ya que decimos que es un mandato, y tiene más peso. No es idea mía, me lo está gritando la sociedad, me están «autorizando». Y los mensajes son consistentes, pensar en uno y en la propia felicidad implica dejar de focalizarse en la felicidad de los demás.

La solución: Buscar en el camino de dos, cuidar la felicidad del otro

La separación como una solución de rápida ejecución  es seductora precisamente en nuestra cultura del descarte, en la que no encontramos valor a persistir o sostener una situación que se nos presenta frustrante.

En el camino del matrimonio, que es un camino de dos, de comunidad, la felicidad no se puede alcanzar sin que cada uno se proponga buscar la felicidad del otro. Cuando elegimos el matrimonio elegimos una respuesta a esa pregunta de la Felicidad. Es encantadora, es apasionante, es desconcertante. Pero por sobre todo, es una invitación a lo novedoso y diferente cada día. Esa respuesta es que mi felicidad es la felicidad del otro.

Proponerse prevenir el conflicto, enfrentarlo, eventualmente, implica primero, honrar este compromiso mutuo de hacerse feliz el uno al otro. Es de nuevo, responder a esta invitación a salir de uno mismo para darse.

Este compromiso de cuidar y amar al otro, hacerlo feliz, sabiendo que la otra persona tomó el mismo compromiso, demanda un cuidado especial. Impone a los esposos estar inquietos desde el primer día, buscando herramientas y recursos para tener a mano a la hora de evitar conflictos o buscar soluciones.

Cada uno eligió al otro para amarlo para toda la vida. Para toda una vida que nadie sabe qué le deparará, pero que innegablemente implicará situaciones de desasosiego. Pero se comprometió a decir que sí. Ese sí es un compromiso de pelear por la unión, de buscar soluciones, atesorar recursos y herramientas para superar las dificultades que se presentan.

El  estar abierto a escuchar, comprender, valorar es el camino que más directamente  nos conducirá a encontrar soluciones a los conflictos.

Y poner siempre por encima del egoísmo, del individualismo, esta decisión que una vez tomamos de ser dos, de ser dos que son uno. Se puede. Se lo debo al otro en justicia. Me lo debo a mí.

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